in Revista de Psicología
Reseña al libro de Pierre Dardot, La memoria del futuro: Chile 2019-2022
Resumen:
Datos del autor: Pierre Dardot es doctor en Filosofía, profesor emérito de la Universidad de Nanterre (Paris-X) e investigador adjunto del laboratorio Sophiapol, de la Unidad de Investigación en Sociología, Filosofía y Antropología Política de la misma universidad. Junto a Christian Laval fundaron y lideran el grupo de estudio Question Marx. El profesor Dardot es especialista en Marx y Hegel, y sus trabajos se inscriben en el horizonte de la crítica política de la sociedad contemporánea, profundizando, principalmente, en cuatro líneas de investigación: el pensamiento de Karl Marx; el análisis del neoliberalismo; Común, como una indagación en las alternativas al neoliberalismo; y la soberanía estatal en Occidente. En esta última línea de trabajo es donde podemos enmarcar el libro reseñado.
[ Portada ] Escrito y publicado en el interín de los dos referéndums que proyectaron, con diferente signo y con la misma suerte, una nueva constitución para Chile, el libro de Pierre Dardot, La memoria del futuro: Chile 2019-2022, no solo se nos presenta como un análisis pertinente, sino también sensible a lo ocurrido en la historia reciente del país. Pertinente y sensible, pues articula aquello que ha hecho de este periodo algo singular, pero sin que, por ello, termine siendo un relato circunscrito o anecdótico a la situación chilena, otorgándonos claves de lectura que permiten diagramar aquellas luchas o disputas que las sociedades occidentales, en la actualidad, sostienen y perpetúan.
En este sentido, ¿por qué un filósofo francés se detiene a escribir un libro sobre Chile? O, ¿por qué leer un libro de un filósofo francés que habla sobre Chile?
Chile ha sido, por gracia y desgracia, un país fecundo en situaciones sui generis en términos sociopolíticos, estableciéndose como un referente a nivel mundial cuando se trata de ejecución y aplicación de estrategias geopolíticas. Así fue con la Unidad Popular y el “camino chileno al socialismo” por vía democrática (1970-1973), el cual, como ya sabemos, fue brutalmente truncado por el golpe militar de 1973. Así también, y como de un péndulo se tratase, con la instalación e implementación en dictadura (1973-1989) de un sistema económico y político neoliberal que se ha establecido, hasta el día de hoy, como modelo para países de todo el orbe, inscribiendo a fuego en la ciudadanía lo que, siguiendo a Laval y Dardot (2013), podríamos denominar la razón neoliberal.
Laval y Dardot, como lo hacen, prácticamente, a lo largo de toda su producción intelectual ( Dardot, 2019 ; Dardot et al., 2021; Dardot & Laval, 2021; Laval, 2020; Laval & Dardot, 2013; 2015; 2017; 2018), se adentran en las fauces y escudriñan en las entrañas de esta razón neoliberal, la cual no solo nos ha capturado, sino que nos ha seducido y atravesado más profunda y profusamente de lo que incluso estaríamos dispuestos a reconocer.
Hasta el día de hoy, aún es constante el sonsonete de los paladines de las ideas neoliberales de lo que fue la política económica de la Junta Militar, como las que enumera José Piñera el año 1992:
Se abrió la economía a la competencia internacional; se privatizaron la mayoría de las empresas estatales; se eliminaron los monopolios empresariales y sindicales; se flexibilizó el mercado del trabajo; se creó un sistema privado de pensiones y de salud; se abrieron sectores enteros como el transporte, la energía, las telecomunicaciones y la minería a la competencia y la iniciativa privada; se descentralizó la administración educacional y de salud; en fin, se realizó una amplia tarea de desregulación y perfeccionamiento de los mercados, así como de apertura de áreas a la inversión privada. (1992, p. 78)
En su momento, Milton Friedman lo denominó “el milagro chileno”, haciendo una alusión oblicua a la Alemania de posguerra. Sin embargo, desde su mismo sector, se ha insistido que el caso chileno no ha tenido nada de milagroso. Hernán Büchi, ministro de Hacienda de Pinochet y figura y artífice del inicio de la llamada “era dorada de crecimiento” (1985-1997), señaló, en su momento, no solo que los milagros son obra de Dios y no tienen explicación, sino que entendía que lo que hubo en Chile fue un programa que estableció las pautas del sistema de libre mercado implementado durante la dictadura, el cual puede ser rastreado en el libro icónico titulado El ladrillo (De Castro, 1992), que fue presentado y asumido por el régimen militar en 1973.
Un programa que el mismo José Piñera Echenique, en su lectura retrospectiva —aunque siempre omitiendo o minimizando toda referencia al marco autoritario en el que se generó y al crucial momento del llamado “retorno a la democracia” y su subsecuente apertura definitiva al mercado global ( Ffrench-Davis, 2016 ; 2019)—, insistía en que se sostuvo en el compromiso con una idea: “las únicas revoluciones que triunfan son las que creen en los individuos y en las maravillas que los individuos pueden hacer con la libertad” (1992, p. 92; 1997, p. 57). Obviamente, aquella “idea” que entiende la libertad no solo como un derecho, sino incluso como una propiedad de los individuos, los cuales la pueden llegar a generar y ejercer en su más recóndita autonomía.
En esta idea, el rol del Estado debe ser minimalista para no oprimir dicha libertad, puesto que su rol debe ser reducido, como lo observa Dardot, a la estructuración de mercados, estableciendo las reglas mínimas —y mientras más mínimas mejor— del marco de competencia entre privados.
Entonces, dos elementos hasta aquí. Por una parte, los “milagros económicos” se asientan en prácticas concretas y en la posibilidad de que dichas prácticas puedan instalarse o rearticular el marco instituido. Por otra, el “milagro económico” se encuentra en articulación con una “idea” de lo que somos —como la que nos trasmite José Piñera— y lo que podemos hacer con ella sobre otros y, pero sobre todo, sobre nosotros mismos. La meritocracia, la competencia, la acumulación, son, incluso en la tensión y fragor de sus diferencias internas, un buen ejemplo de lo que puede llegar a producir una “idea” de lo que somos.
Sin embargo, Dardot nos advierte: atender a la “experiencia neoliberal” o a la “condición” neoliberal “no significa entregar a la dimensión económica el poder de construir por sí sola el conflicto político y social unificando sin más todos los estratos sociales” (p. 55). Con esta indicación, no solo se aleja de planteamientos marxistas convencionales, sino también introduce en el debate el nuevo escenario que, tanto en Chile como en otras latitudes, se ha empezado a estructurar en la política durante las últimas décadas.
La emergencia y puesta en escena de los movimientos sociales ha reconfigurado el escenario político de manera sustantiva, más allá de cualquier foco coyuntural o circunstancial de un país en particular. Para Dardot, han sido los movimientos sociales los que han sostenido finalmente, de manera más o menos articulada, una crítica basal y mordaz a la razón neoliberal que, en el caso chileno, fue y ha sido asumida y/o resistida por la política de los consensos del llamado periodo de transición.
En el libro se exponen de manera sintética, pero con mucha lucidez, la emergencia y los entramados de los tres principales movimientos que tomaron protagonismo en el estallido social: el movimiento mapuche, el movimiento feminista y el movimiento estudiantil.
En síntesis, la revisión que realiza Dardot otorga dos claves de lectura de estos movimientos y su lugar en el estallido social. La primera: los tres movimientos, desde diferentes posiciones y lugares, realizan una crítica sustantiva a la razón neoliberal, a propósito de sus propias luchas. La segunda: el establecimiento de prácticas instituyentes en el espacio público y en directa confrontación con las formas instituidas de la política.
Frente al paradigma de la multiculturalidad y la interculturalidad que habrían asumido los gobiernos de la Concertación y que permite una fórmula de integración e incorporación de las minorías indígenas al mercado, el movimiento mapuche transversalizó y transetnizó la lucha por el reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos originarios.
Frente a la generación de un nuevo mercado a través del crédito y la deuda como respuesta a las diferencias patriarcales que ya habían sido denunciadas por el movimiento feminista, al menos desde los años setenta, este amplía el alcance de su lucha, estableciendo una mirada transversal de la posición de las mujeres, pero también hacia el conjunto de la sociedad, instalando como foco de acción de estas luchas la vida prestada y la precarización de la vida.
Frente a la implantación y profundización del modelo de mercado para la educación que estableció, con o sin artilugios legales, la posibilidad del lucro en educación o de la educación como un bien de consumo (como lo defendió Sebastián Piñera y lo actualizó el entonces candidato y actual presidente de Argentina, Javier Milei), el movimiento estudiantil reclama para Chile una educación pública, gratuita y de calidad.
Sin embargo, para Dardot, la potencia de los movimientos sociales, con especial atención en el movimiento feminista, no se encuentra solamente en el valor de sus denuncias y en los alcances de sus críticas a la razón neoliberal, sino en la posibilidad de imaginar, instalar y ensayar prácticas instituyentes que pudiesen llegar a reconfigurar, en mayor o menor medida, no solo las formas de hacer política, sino de cómo concebir y producir una forma de vida alternativa.
Pero antes de detallar la especificidad que cada movimiento ha producido, es importante relevar al menos dos señalamientos que Dardot nos presenta y que permiten comprender el marco de novedad y de discontinuidad que se ha venido produciendo. Un primer señalamiento nos habla de una ausencia y una rearticulación a través de estos movimientos de la fuerza que otrora tuviese el sindicalismo y el movimiento de pobladores. Ni uno ni otro se logran constituir como un actor relevante en este escenario, subsumidos por estos nuevos actores. Un segundo señalamiento, que a esta altura se ha constituido en todo un dato de la causa, es el rechazo más absoluto a la figura de los partidos políticos en la conducción de los procesos, evidenciando no solo su desgaste, sino que la cristalización de estos como figuras icónicas del hastío y del rechazo a la política tradicional.
Dos señalamientos que no solo nos hablan del anonimato en la conducción del proceso y la imposibilidad de capitalizar en alguna persona o instancia institucional el malestar expresado (esfuerzo de Sebastián Piñera al querer instalar, en el marco del estallido social, la figura del “enemigo” o del “golpe de Estado no tradicional”, por ejemplo), sino que también se debe considerar la fuerza de conjunto que estos movimientos han generado, entrelazándose, articulándose y sosteniéndose mutuamente, entendiendo que la revisión por separado de cada uno de ellos, o de cada una de las facciones internas o diversidad propia que les constituye, debe ser entendida como un ejercicio meramente analítico.
Frente al Estado nación, las demandas del movimiento mapuche obligaron a imaginar, incluso de manera sui generis en materia de derecho constitucional, la relación entre los pueblos originarios y un país llamado Chile. Comprender que la ligazón a la tierra solo tiene un valor de intercambio, en función de su compra-venta, y que las reservas o comunidades deben ser comprendidas como una forma de parcelación o como pequeñas empresas capaces de promover su capital social y cultural, es generar dispositivos de asimilación que no solo no legitiman, sino que ni siquiera reconocen la posibilidad de la instalación de otras formas de ligazón a la tierra. La posibilidad de imaginar un Estado plurinacional, lo cual fue apropiado por los otros movimientos e interconectó con la demanda general de un Chile que “despertaba” y que acogía en su seno estas diferencias originarias, no solo reconocía a los distintos pueblos que habitan Chile, sino que abría la posibilidad de legitimar formas de organización política y de gestión de conflictos y diferencias en base a sus tradiciones. Ya se pueden suponer los fantasmas que, lamentablemente, generó o pudo haber generado una posibilidad como esta.
Frente a las monocordes formas de la política institucional, el movimiento feminista ha venido —de manera sistemática, pero no centralizada— ensayando y revisando las formas de instalación de sus demandas. Ahí está el caso del colectivo Las Tesis como figura icónica a nivel mundial, pero también cada una de las convocatorias hechas por el movimiento, tanto del llamado Mayo Feminista de 2018 como de la Huelga General Feminista de 2019, las cuales, hasta el día de hoy, no solo logran transversalizar sus demandas, alejándose de consignas meramente identitarias, sino sobre todo, contemplar un repertorio de acciones de protesta y organización diverso y rico en formas y contenidos.
Frente a la forma-política instalada por los partidos políticos y el gobierno de turno, Dardot, además de reconocer la creatividad y diversidad de las formas de manifestación y protesta, realza en el movimiento estudiantil, sobre todo desde la Revolución Pingüina de 2006, la resistencia a la cooptación de la forma-política, y la capacidad de articular y rearticular prácticas alternativas en sus formas de organización.
La movilización se basó en la autonomía, la autoorganización en redes y la autogestión, en algunos casos con motivaciones anarquistas. […] La tendencia predominante era prescindir de cualquier liderazgo, liberarse del control de cualquier partido político y operar de la forma más horizontal posible. (p. 103)
Esto último, se vio fuertemente impulsado por el papel que las redes sociales empezaron a tener en la articulación entre el espacio público y el espacio privado.
Entonces, la potencia de estos movimientos, para Dardot, no solo se constituye —si es que se puede hacer esta separación analítica— en el valor de sus denuncias y críticas a la razón neoliberal, sino que, sobre todo, en la instalación de prácticas alternativas que pudiesen, al mismo tiempo, llegar a ser acordes y prestar soporte a dichas denuncias y críticas.
Es en este escenario que Dardot se detendrá con especial atención en el discurso de Elisa Loncón cuando, en la sesión inaugural de la convención constituyente, en su calidad de presidenta, hace alusión a aquella “manera de ser” que requiere ser declarada, pero que al mismo tiempo sostiene, en tanto figura y fondo, medio y fin, el proceso: lo plural, lo democrático y lo participativo. Aquí Dardot nos recuerda que
una “manera de ser” no es un comportamiento circunstancial, es una disposición duradera que solo se adquiere con la práctica. La democracia como manera de ser solo se adquiere mediante prácticas de democracia, la participación como manera de ser solo se adquiere mediante prácticas de participación, la manera de ser plural solo se adquiere mediante prácticas de pluralización. (p. 165)
Muchas veces, incluso con las mejores intenciones, terminamos reproduciendo las mismas formas que hemos criticado. Cabe aquí recordar el dato que señala Dardot: no es por nada que, tanto en el proceso constituyente del 2022 como en el nuevo proceso, la discusión constitucional se terminó concentrando en la dogmática constitucional más que en la orgánica constitucional. De hecho, en el segundo proceso, en clave reaccionaria, se volvieron a reforzar las fórmulas ya existentes a tal punto que se intentó restituir el lugar de los partidos políticos como articuladores entre el mundo institucional y los grupos económicos. En este marco, el rol del Estado como un organizador de mercados se volvía a garantizar.
Dardot, a contrario sensu, nos invita en su libro a volver a pensar las formas de hacer política, a generar prácticas instituyentes, reabriendo “el campo de lo deliberable, es decir, el campo de lo posible” (p. 209). Obviamente, no hay respuestas definitivas, pero sí, como nos indica Dardot, contamos con los rastros que ha dejado la crisis de la forma instituida y la apertura, esa “imaginación deliberativa” de Dardot que, año tras año, los movimientos sociales han venido ensayando y encarnando.
Precisamente, aquí es donde se nos presenta el mayor desafío que nos devuelve este proceso de la mano de Dardot: ¿cómo pensar futuros posibles?, ¿cómo instalar prácticas instituyentes para imaginar el futuro y así sortear la coyuntura y las formas instituidas? En definitiva, en la lectura de este libro queda resonando aquella invitación del movimiento feminista que el profesor Dardot reconoce, acoge y ensaya al escribir sobre Chile: ¿cómo pensar/imaginar la memoria del futuro?
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Author
Francisco Javier Jeanneret-Brith
Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago, Chile, Chile